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Artículo que José Saramago escribió para “Tráfico y                                  José SARAMAGO
Seguridad Vial” en 2001. Saramago falleció el pasado junio.
                                                                                         Escritor
 La junta del
 motor

Hace setenta años que yo debería sa-                           computadoras que por la cabeza de quienes los condu-
                          ber conducir un automóvil. Cono-     cen, la culpa no es mía: hablo de lo que conocí, no de lo
                          cía bien, en aquellos remotos tiem-  que desconozco, y suerte tienen de que no me ponga
                          pos, el funcionamiento de tan gene-  aquí a describir la estructura de las ruedas de los carros

rosas máquinas de trabajo y de pa- de bueyes y la manera de uncir estos animales al yugo.

seo, desmontaba y montaba moto- Es materia igualmente arcaica en la que también tuve al-

res, limpiaba carburadores, afinaba válvulas, investigaba guna competencia). Ahora bien, un día después de ha-

diferenciales y cajas de cambio, instalaba zapatas de fre- ber acabado el trabajo y colocado la junta en su sitio,

no, remendaba cámaras de aire agujereadas, en fin, bajo después de haber apretado con la fuerza de mis diecinue-

la precaria protección del mono azul que me defendía lo ve años las tuercas que sujetaban la cabeza del motor al

mejor que era capaz de las manchas de aceite, efectué bloque, me dispuse a realizar la última fase de la opera-

con razonable eficacia casi todas las operaciones por las ción, es decir, llenar de agua el radiador. Desenrosqué el

que obligatoriamente pasa un automóvil o un camión a tapón y comencé a echar en la boca del radiador el agua

partir del momento en que entra en un taller para recu- de la vieja y abollada regadera que para esos y otros si-

perar la salud, tanto la mecánica como la eléctrica. Sólo milares fines había en el taller. Un radiador es, a todos

faltaba que me sentase un día detrás del volante para re- los efectos, un depósito, tiene una capacidad limitada y

cibir del instructor las lecciones prácticas que culminarí- no acepta ni un milímetro más de la cantidad de agua

an en el examen y en la soñada aprobación que me establecida. Agua que siga echándosele, es agua que re-

abriese las puertas de la clase social cada vez más nume- bosa. Pero algo extraño estaba pasando con ese radia-

rosa de automovilistas documentados. Sin embargo, ese dor, el agua entraba, entraba, y por más agua que le me-

día maravilloso nunca llegó. No son solo los traumas in- tiese no la veía subir danzando hasta la boca, señal de

fantiles los que condicionan e influyen la edad adulta, que se estaba acabando el trasvase. El agua que había

también los que se sufren en la                                                          vertido por aquella garganta

adolescencia pueden llegar a te-                                                         insaciable habría bastado para
ner consecuencias desastrosas y, El de escritor es un oficio en el
                                                                                         satisfacer dos o tres radiadores

como sucedió en este caso, de-      que somos al mismo tiempo                            de camión, y era como si nada.
terminar de manera radicalmen-      motor, agua, volante, cambios de                     A veces pienso que, pasados se-
te negativa la futura relación del                                                       senta años, todavía estaría in-
traumatizado con algo tan coti- velocidad y tubo de escape
                                                                                         tentando llenar aquel tonel de

diano y banal como es un vehí-                                                           las Danaides si en cierto mo-

culo automóvil. Tengo sólidas                                                            mento no hubiera notado un

razones para creer que soy el de-                                                        rumor de agua cayendo, como

plorable resultado de uno de esos traumas. Más aún: si dentro del taller hubiese una pequeña catarata. Fui a

por muy paradójica que la afirmación le parezca a quien ver. Por el tubo de escape del coche salía un abundante

de las íntimas conexiones entre las causas y los efectos chorro de agua que, poco a poco, ante mis ojos estupe-

solo tenga ideas elementales, si en mis verdes años no factos fue disminuyendo de caudal hasta quedar reduci-

hubiese trabajado como cerrajero mecánico en un taller do a unas últimas y melancólicas gotas. ¿Qué había pa-

de automóviles, probablemente hoy sabría conducir un sado? Había colocado mal la junta, tapé entre la cabeza

coche, sería un orgulloso transportador en lugar de un del motor y el bloque lo que debería estar abierto, y, mu-

humilde transportado.                                          cho más grave que eso, facilité pasos y comunicaciones

Aparte de las operaciones que describí al comienzo, y donde no debería haberlos. Nunca llegué a saber qué

como parte obligatoria de alguna de ellas, también susti- vueltas tuvo que dar la pobre agua dentro del motor pa-

tuía las juntas de los motores, esas finas placas forradas ra salir por el tubo de escape. Ni quiero que me lo digan

de láminas de cobre que evitan fugas de la mezcla gaseo- ahora. Para vergüenza fue suficiente. Posiblemente ése

sa de combustible y aire en la juntura entre la cabeza del sería el día en que comencé a pensar en hacerme escri-

motor y el bloque de los cilindros (si el lenguaje que es- tor. Es un oficio en el que somos al mismo tiempo mo-

toy usando les parece ridículamente arcaico a los enten- tor, agua, volante, cambios de velocidad y tubo de esca-

didos en automóviles modernos, más gobernados por pe. Tal vez, al final, el trauma haya valido la pena. ◆

                                    7Nº 203 / 2010             TRÁFICO Y SEGURIDAD VIAL
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