Airbags: cómo funcionan
- Sin el airbag no es posible alcanzar los niveles de protección más elevados
10 febrero 2016
La idea que da origen a los airbags se basa en un concepto muy sencillo: todo el mundo cuando se cae prefiere chocar contra una superficie blanda que contra una dura y resistente. La unanimidad en esta elección es debida a los menores esfuerzos ejercidos por la superficie blanda, que disminuyen la probabilidad de hacernos daño y, por tanto, de ocasionarnos lesiones. Sin embargo, este sencillo concepto es el único aspecto simple de un componente de los vehículos tecnológicamente muy avanzado y complejo.
En un automóvil, las superficies duras contra las que impactarían los ocupantes en caso de accidente son las del interior del vehículo (volante, columna de dirección, salpicadero, parabrisas, puertas...). Dado que, por motivos obvios de conducción, no podemos tener permanentemente un cojín (superficie blanda) entre estas superficies y nosotros, el sistema deberá ser de tal forma que, en caso de colisión, y de una manera muy rápida, aparezca en su posición para protegernos. Es así como se origina la idea de un “saco” a presión que se infle muy rápidamente.
Evitar accidentes
Para recorrer el camino entre la idea y el producto que llevamos en nuestro vehículo, el airbag tuvo que cumplir determinados requisitos fundamentales de los que deriva su complejidad. El primero es que el “saco” tiene que tener una presión suficiente para proporcionar el esfuerzo necesario para detener al ocupante, o para evitar que impacten contra él elementos del interior del vehículo. En segundo lugar, el inflado –a dicha presión– tiene que realizarse en un tiempo muy corto que depende especialmente del tipo de airbag (parámetro muy relacionado con el volumen que el “saco” tiene que rellenar). Tercero, si la función del airbag en concreto es la de absorber energía, éste deberá disponer de algún elemento o sistema que amortigüe el movimiento del ocupante. Si el comportamiento del airbag fuera únicamente elástico, una vez detenido el ocupante el “saco” alcanzaría tanta presión que devolvería al pasajero hacia atrás (contra el asiento) con la misma energía (velocidad) con la que impactó contra él. Cuarto, y desde luego no menos importante: el airbag debe cumplir todos los requisitos de un producto de consumo, en este caso de automoción; es decir, no debe tener posibilidad de fallos que causen lesiones y debe soportar las condiciones de uso de un automóvil (vibraciones, temperatura, humedad...) durante toda la vida del vehículo. Los tres primeros requisitos definirán las prestaciones del airbag dentro del sistema completo de seguridad pasiva del vehículo. Es preciso señalar que, dentro de este sistema, el airbag actúa como complemento del elemento de más importancia, el cinturón. El cinturón ofrece, en muchos tipos de accidente, una protección suficiente de cabeza y cuello que es completada por el airbag.
Los airbags se pueden clasificar de varias formas. La primera es la que los ordena en función del tipo de colisión que protegen. Así se distinguen los airbags frontales de los laterales. Los primeros, fundamentalmente, se encargan de la protección del conductor y pasajero delantero, y se subdividen a su vez en airbag de conductor, de pasajero y de rodilla (que puede ir instalado en la plaza de conductor, en la del pasajero o en ambas). Por su parte, los airbags laterales protegen a los ocupantes bien en caso de accidentes de vuelco, bien en accidentes en los que el vehículo es impactado en uno de sus lados. Dentro de los airbags laterales existen airbags de cortina, de tórax, de pelvis y los combinados pelvis-tórax.
La segunda clasificación se hace en función del grado de inteligencia del airbag. En ella encontramos las categorías de airbag estándar (aquel cuyas prestaciones son independientes del ocupante a proteger y de la severidad del impacto) y el adaptativo (aquel capaz de ajustarse a la severidad del accidente y al tipo de ocupante). El ajuste lo realizan modificando el volumen del “saco”, la cantidad de gas generado, la sección de salida de gas para el amortiguamiento, o mediante combinaciones de varias de las anteriores estrategias. La electrónica decide, en base a la severidad (deceleración) del vehículo y al tamaño del ocupante (para lo que recibe señales de sensores específicos de peso o posición de asiento) la configuración adecuada.