"El mapa sonoro es un conjunto"
- Se trata de dar al ruido una perspectiva holística, no solo como algo a destruir
09 mayo 2016
Carolina Rodrigues Alves, de 31 años, lleva tiempo estudiando el mapa sonoro de las ciudades. Brasileña de nacimiento, su informe 'Ruido Ambiental y paisaje sonoro. Sinergias en el medio urbano' le sirvió en 2013 como trabajo de fin del Máster de Ingeniería Acústica de la Universidad de Valladolid, donde actualmente cursa un doctorado. Según las conclusiones a las que llega en la investigación, el ruido que afecta a los residentes en zonas expuestas al tráfico nunca ha sido tratado como una parte más a tener en cuenta en los planes urbanísticos. "En Europa, más de un 60% de la población está sometida a niveles de decibelios por encima de los que recomienda la Organización Mundial de la Salud, que cifra entre 70 y 100 los adecuados para una inteligibilidad adecuada", explica desde la ciudad castellanoleonesa. "Esto afecta en dos ámbitos principales. Uno es el anímico, con repercusión en el estrés, la falta de concentración o los niveles del sueño, y otro es en lo biológico. Se ha demostrado que una noche mal dormida provoca cambios en el metabolismo y en el sistema gástrico. Además, se une la aceleración del ritmo cardíaco y la tensión, con riesgo de acrecentar las enfermedades cardiovasculares".
Según la directiva de la Unión Europea que rige el ruido medioambiental (Enviromental Noise Direction), se debe actualizar cada cinco años la situación de: poblaciones de más de 100.000 habitantes, las carreteras con más de tres millones de vehículos al año, las redes ferroviarias con más de 30.000 trenes anuales y los aeropuertos con más de 50.000 movimientos al año. La opinión de Carolina Alves, brasileña de 31 años, es que casi todos los análisis del ruido se estructuran a partir de los llamados 'mapas de ruido', midiendo la repercusión de un agente externo en lugares concretos y creando una imagen estanca que excluye otros lugares afectados y otras muchas circunstancias intangibles. "Todo se establece en torno a tres ramas: los mapas del ruido, los estratégicos y los planes de acción. Si es en ciudad, es competencia de los Ayuntamientos. En carretera, del ministerios", continúa, "pero en cualquier caso, el resultado es una foto fija que no da un panorama completo". "La visión es corta porque el ruido ambiental es mucho más complejo. Y es importante tratar el ruido, pero también cualquier tipo de sonido", aduce. Por eso, entre los objetivos está la integración de todos los agentes sociales y su relación en el entorno. “Se trata de dar una perspectiva holística, una mirada más amplia. No solo como ruido a destruir sino ver las sinergias que se producen en el espacio público”, esgrime Rodrigues.
En esa concepción global se incluye cómo se asimila el ruido del tráfico según las construcciones, pero también qué sonidos suprimen esas sensaciones molestas. Tal y como enumera la arquitecta, las propuestas en materia de urbanismo han ido desde la colocación de los edificios hasta los paneles acústicos: “En zonas residenciales se ordenan las casas con baño, cocina y dormitorios en el interior, dejando los pasillos de barrera; en las carreteras, los muros de plástico, los ‘encapsulamientos’ con viaductos y túneles o la modificación del asfalto con menos irregularidades van acompañados de reducción de velocidad, cortes de tráfico puntuales o trazados irregulares o con glorietas para que no se supere cierta rapidez”.
La arquitectura contra el ruido tiene sus máximos exponentes en ciudades como Bilbao o Sheffield. Ambas han llevado a cabo acciones en sus cascos históricos para promover la sostenibilidad. Han dosificado el tráfico en el centro, han creado zonas verdes y han creado zonas verdes y han instalado barreras naturales de ruido con taludes, fuentes de agua o sonido y arboledas. "Estos remedios tienen un efecto más anímico que físico, pero empieza a servir como punto de inicio”, esgrime Carolina Rodrigues mientras alega que la industria está mucho más volcada en el ahorro energético y que la contaminación acústica, con sus implicaciones, queda “un poco de lado”. “Hay una gran diferencia en cuanto la administración se implica: los ciudadanos y los técnicos responden. Hace falta más información y más ayudas para que se tenga más en cuenta el paisaje sonoro de todos los núcleos donde viva gente. No como algo estricto y estático, sino como algo holístico, global”, incide.