"No me gustan los conductores que dan volantazos"
- "Soy una gran defensora del coche eléctrico"
20 junio 2024
Aitana Sánchez-Gijón ha participado en series de TV, películas y numerosas obras de teatro. Se ha puesto en la piel de Medea, Sor Juana Inés de la Cruz, la Nora de ‘Casa de muñecas’, la Regenta o Juana de Arco. A los 29 años se convirtió en la primera directora de la Academia de Cine de España. Ahora, la actriz regresa a la escena teatral con ‘La madre’, una obra de Florian Zeller en la que representa a una mujer que, tras la marcha del hijo de la casa familiar, pasa por una depresión profunda al sentirse estafada por la vida.
¿Cuál es su relación con el tráfico rodado? ¿Conduce? ¿Tiene coche?
Yo me saqué el carné de conducir muy joven, antes de los 20, pero hace un año y medio me deshice del coche definitivamente. Me cambié de casa y me di cuenta de que no lo necesitaba. Ahora camino mucho, también utilizo el transporte público y cojo taxis cuando lo necesito. Y si es necesario, alquilo un coche. La verdad es que resulta más caro tener un coche que no tenerlo.
¿Cree que los automóviles tienen demasiado protagonismo en las ciudades?
Las ciudades en el mundo tienden, cada vez más, a tener políticas de circulación muy restrictivas con los coches y eso me parece muy bien. La peatonalización de los cascos históricos es lo mejor para las ciudades y también para la convivencia. En Madrid ha sido muy cuestionado, pero ya lo hemos conseguido. El llamado ‘Madrid Central’ era muy necesario.
¿Podría calcular los kilómetros que ha hecho sólo durante sus giras teatrales?
Imposible. La verdad es que utilizamos todo tipo de transportes, pero durante las giras la carretera es un medio muy familiar. Los actores hacemos mucha carretera y manta, como decimos. No me puedo ni imaginar los kilómetros que habré hecho, pero las veces que me habré recorrido el país son incontables.
¿Defiende el uso del coche eléctrico?
Por supuesto. Soy una gran defensora de los coches eléctricos. Me parecen una maravilla, la verdad, tener vehículos que no contaminen. Yo también he usado durante mucho tiempo, en Madrid, la bicicleta, pero hace tres o cuatro años la dejé. Yo soy un poco temeraria, no tenía miedo, hasta que un día fui consciente de que me podía pegar un trastazo y la dejé.
¿Alguna mala experiencia en la carretera?
En Cuba casi nos matamos unas amigas y yo en la Autopista Nacional, la ‘Ocho Vías’, que recorre toda la isla. Habíamos alquilado una especie de ‘land rover’ de una marca hindú que estaba muy destartalado. Yo iba conduciendo y de repente hicimos acuaplanin, atravesamos la mediana y estuvimos dando vueltas en los carriles contrarios un buen rato hasta que el coche se paró en seco. Estábamos llegando a La Habana para coger el avión y regresar a Madrid. Fue como volver a nacer. Tuvimos la suerte de que la carretera estaba vacía. Si hubiera venido uno de frente, nos hubiese arrollado.
¿Prefiere conducir o ir de copiloto?
Me siento cómoda conduciendo, pero no me gusta estar al volante más de tres horas seguidas. Y de copiloto me siento bien si la persona conduce prudentemente y no da volantazos. La gente que conduce bien pero da volantazos no me gusta.
¿Pondría algún límite en la conducción a las personas mayores?
Yo creo que hay controles exhaustivos para saber si una persona tiene capacidad para seguir conduciendo. No seré yo la que diga quién sí y quién no.
Hábleme de ‘La madre’, la obra que está representando en el teatro.
Cuando leí el texto de Florian Zeller, me arrebató y me desasosegó. Me produjo vértigo y pensé: ‘¿cómo me voy a meter en este pantano?’. Me costó mucho dar el ‘sí’, pero ahora estoy contenta de haber dado a luz este proyecto.
¿Qué tiene de especial Florian Zeller?
Florian Zeller tiene un humor muy ácido y muy negro y es uno de los autores europeos más representados en el mundo. Es un escritor muy original, heredero de Yasmina Reza. Escribe desde la psique de sus personajes y hace que el espectador tenga que participar.
Usted es madre de dos hijos. ¿Se ha identificado con el personaje?
No tengo nada que ver con esta madre. Es una mujer con un vacío existencial brutal, que vive a base de pastillas y con temor al abandono, que se agarra como a un clavo ardiendo a una relación de pareja y eso es consecuencia de esos roles de género que hemos heredado. Es una mujer vacía, con una depresión profunda cuando su hijo sale de la casa familiar. Está llena de rencor y frustraciones y se siente estafada por la vida. Mi caso es totalmente contrario. Tengo una profesión maravillosa, con una independencia y una vida muy rica. Afortunadamente, no he desarrollado esa parte enferma de mi personaje, ese lado oscuro provocado por el terror al abandono. Sí puedo asegurar que criar hijos es una tarea titánica, pero hay que aprender a confiar en ellos.
Pero, sí hay un modelo, afortunadamente caduco, de ese tipo de madres.
Las mujeres tenemos incrustado en el ADN un plus de cuidados, de servicio: a los hijos, al marido, a los padres… Yo soy hija de una madre feminista y trabajadora y también he heredado de ella y de sus ancestros el hecho de que la mujer tiene el peso de la vida familiar. Y aunque hay un abismo entre mi personaje y yo, me siento reconocida en ese patrón. Esta mujer tiene un cabreo monumental que expresa, a veces, de forma violenta y cruel y al mismo tiempo muestra fragilidad por su incapacidad de vivir con ese vacío.
La obra dinamita, el concepto de la madre santa, generosa y abnegada...
Florian Zeller dinamita ese concepto y muestra a una madre en medio de la oscuridad que ha generado ese rol al que se ha visto abocada. Ella dice que tenía 22 años cuando conoció a su marido y que aparentemente le parecía un hombre decente pero que después se sintió estafada y todo fue un desastre. Y se da cuenta cuando ya no tiene herramientas para sobrevivir a una gran crisis personal que se ve agudizada por la marcha del hijo, que ni llama ni va a visitarla, y la amenaza del abandono del marido. Hay escenas muy reales y otras que no acabas de comprender y eso va creando una confusión en el espectador.
¿Es una obra triste?
La primera escena se desarrolla en medio de una gran violencia verbal. Aparecen los reproches y la amargura y ella reacciona con agresividad. En la segunda escena, la madre está tranquila, afable, dulce, comprensiva y profundamente triste. Esta, quizá, sea la mujer real del día a día, la que no se atreve a verbalizar lo que siente y se hunde cada vez más en la depresión. Porque la ira es una tabla de salvación. Y cuando ni la ira te sostiene, échate a temblar. Es una obra fascinante que remueve.
¿Dónde está el límite de los cuidados?
Tenemos incrustados muchos micromachismos, incluso las personas más emancipadas. Y nos quedan algunas generaciones para superarlo. Cuidar a los demás es una gran virtud. Pero si eso significa dejar de cuidarte, todo cambia. El equilibrio pasaría por encontrar en los hombres esa misma pasión por los cuidados.
¿Qué es el teatro para usted?
El teatro me produce un vértigo muy grande y luego lo paso muy bien. Vivo con esa adrenalina. El teatro es el presente más absoluto y te hace estar en el aquí y ahora. Tiene esa faceta mágica. El espectador juega a creer que yo soy Medea y yo me creo Medea. Es un juego y una fantasía.
¿Cómo sería un día de ocio perfecto para usted?
Me despertaría a la hora que me apeteciera, iría a la Casa de Campo si hace sol, comería en familia, una siesta, después iría al teatro o al cine, y antes de dormir, leería un buen rato. Eso sería perfecto.