"La revista 'Tráfico', un pilar de la seguridad vial"
- La revista no podía convertirse en la 'hoja parroquial' de la DGT. Nunca debería ser, como otras publicaciones oficiales, algo a la mayor gloria del director general de turno
14 octubre 2015
Ya sé que lo que voy a defender a continuación no está soportado por ningún estudio científico ni por ninguna investigación universitaria; lo bueno es que quien pretenda sostener lo contrario tampoco dispondrá de apoyos semejantes. En todo caso, me siento legitimado –desde mis casi 50 años de estudiar, trabajar, leer y escribir sobre la seguridad vial– para afirmar con rotundidad que la más eficaz arma en la lucha contra esa pandemia que son los accidentes de tráfico es la comunicación. Mi hipotético lector podrá argumentar inmediatamente, por ejemplo, que en el primer año de vigencia del permiso por puntos se ahorraron 500 vidas. Y ello no es que sea ni cierto ni falso, pero sí es un hecho irrebatible –recordemos aquello de que las opiniones se discuten y los datos se contrastan– que también fueron quinientas las muertes que se evitaron durante los doce meses anteriores, cuando el permiso por puntos no era más que un proyecto que se cernía sobre las cabezas de los infractores. Y sustancialmente lo mismo había ocurrido en 1990 con la entrada en vigor de la Ley de Seguridad Vial y en 1992 con el Reglamento General de Circulación. En todos los casos que he evocado la difusión previa de las medidas legislativas fue exhaustiva, constante… y extremadamente agresiva, pero esa es otra cuestión, que diría Kipling.
Dentro de la complejidad del análisis de la etiología de los accidentes, la explicación de la suprema trascendencia de la comunicación es bastante simple: si hoy día nadie discute la primacía del factor humano –lo que no ocurría hace treinta años–, es claro que de lo que se trata primordialmente es de persuadir, de convencer y ello solo se logra a través de la comunicación, la cual se sustenta sobre tres pilares: campañas de divulgación –craso error llamarlas de publicidad–, presencia frecuente y convincente –y convencida, añado– de los máximos responsables de la seguridad vial ante los medios de comunicación y, en España en concreto, la revista “Tráfico”.
Cuando la revista arrancó –yo era a la sazón el subdirector encargado de la seguridad vial– pensamos que su quehacer debía basarse en tres principios: en primer lugar, la profesionalidad, rigor e independencia del equipo redactor con su director a la cabeza –querido Jesús: muchas felicidades por el ‘cumpleaños’–. En segundo lugar, que había que combinar el rigor informativo con la amenidad y la originalidad. Y, finalmente, que la revista no podía convertirse en la ‘hoja parroquial’ de la DGT; que nunca debería ser, como otras publicaciones oficiales, algo a la mayor gloria del director general de turno. Tan clara tuve esta última idea, que en los ocho años que fui director general no apareció ni una sola foto mía – creo que ni de mi nombramiento– y, además, solo escribí un artículo, y fue para refutar de forma apasionada y vehemente las declaraciones a la revista por parte de un juez, en las que trataba de defender la intolerable lenidad de una sentencia suya contra uno de aquellos mal llamados kamikazes.
La vida de la revista no ha sido fácil, ya que en varios momentos de su devenir ha tenido que plegarse a diferentes grados de austeridad, seguramente porque los políticos nunca supieron calibrar su importancia en las Políticas de Seguridad Vial y se creían lo de la ‘hoja parroquial’. Igualmente ha tenido una evolución pareja a la de tantos medios de comunicación en papel.
En definitiva, la razón de la importancia capital de la revista “Tráfico” radica, a mi juicio, no solo en su difusión –quiero decir en su potencialidad para convencer a sus lectores directos–, sino fundamentalmente en que, ya desde los primeros números, quedó clara su capacidad para crear doctrina, para dar información y opinión de la que pudieran servirse los medios generalistas e incluso la sedicente prensa especializada. Era un bonito ejercicio de observación comprobar como unos días después de salir cada número, sus noticias e informaciones eran reflejadas por los demás medios. Unos citaban la procedencia y otros no, pero eso era algo que ni a Jesús Soria ni a sus chicos les importaba lo más mínimo; siempre tuvieron muy clara su vocación de servicio público y todo ello sin que nadie tuviese que guiar su mano al escribir.
Yo creo que es un espléndido ejemplo de democracia, de entender el valor de la información desde un medio público, esta forma de proteger los derechos a la vida y la integridad física de los ciudadanos –que es el núcleo de la política de seguridad vial– desde la libertad de expresión.