Respire hondo, su vida corre peligro
- “Que nos sintamos protegidos por una carrocería puede llevar a que hagamos cosas que no nos atreveríamos en el cuerpo a cuerpo”, Pilar Bravo (psicóloga)
27 octubre 2016
¿Quién no ha reaccionado alguna vez con indignación cuando otro conductor ha actuado de forma que consideramos inadecuada? ¿Quién no ha sido reprobado tras cometer alguna ‘lindeza’ al volante? Los números avalan la hipótesis de que no son casos aislados. Según un estudio realizado en 2010 por la Universidad de Valladolid, sobre una muestra de 2.500 personas, el 31% de los encuestados afirmaba haber vivido algún episodio de agresividad vial durante el año anterior. Además, un 2,6% reconocía haberla sufrido de forma grave, entendiendo por tal el ataque físico a otro vehículo y/o a sus ocupantes. Informes similares publicados en otros países muestran cifras aún más preocupantes. En Estados Unidos, el 46% afirmaba haber sido objeto de gestos obscenos en plena conducción, mientras que en Canadá un 33% reconocía haber cometido algún tipo de agresión vial.
Un concepto, dos tipos
Antes de seguir, debemos tener claro a qué nos referimos al hablar de agresividad vial. “No es solo el tipo que se baja de su coche enfadado y empieza a aporrear la puerta del otro, sino todo comportamiento que pueda provocar directa o indirectamente accidentes, malestar físico o emocional. Hay muchas actitudes asociadas a ese concepto, como no detenerse en un paso de peatones aunque haya alguien pasando, circular muy cerca de los ciclistas, pegarse al vehículo de delante, etc. Y, claro, reaccionar violenta o desproporcionadamente ante conductas ajenas”, explica Jesús Monclús, director de área de Seguridad Vial de la Fundación Mapfre.
El Instituto para la Seguridad Vial holandés (SWOV), remitiendo a la psicología clásica, divide las agresiones viales en ‘hostiles’ e ‘instrumentales’. En las primeras, una circunstancia del tráfico provoca un enfado que, a su vez, nos hace sentir la necesidad hostigar al conductor de otro vehículo. Aquí entrarían desde gestos obscenos o insultos hasta daños físicos. Las ‘agresiones instrumentales’, por su parte, son medios para lograr un objetivo. Aquí entraría el conductor que, para llegar antes a su destino, incurre en exceso de velocidad, ignora semáforos en rojo o intimida a otros con el claxon. Ambos tipos de agresividad, además, pueden solaparse o pueden encontrar respuestas similares en otros actores del tráfico.
El estrés afecta
Sin embargo, algunos de estos perfiles podrían estar cambiando. Para Pilar Bravo, asesora en materia de Seguridad Vial del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, “la incorporación de la mujer al trabajo está provocando que cada vez haya más mujeres agresivas al volante, porque el estrés y otras cuestiones también les afectan”. Tampoco estaría tan clara, según Iván Prieto, Presidente de la Asociación Española de Psicología del Tráfico y la Seguridad Vial (PSICOTRASVI), la relación directa entre agresividad y juventud: “Por mi experiencia en cursos para recuperar los puntos, los jóvenes entre 18 y 30 años cada vez tienen más educación vial y se comportan más cívicamente con el coche. Los que están en la horquilla entre 30 y 40 años serían ahora los más propensos a estas conductas”.
Por su parte, la relación clara entre densidad de tráfico –y tamaño de la población– y agresividad vial apunta a uno de los problemas de fondo más relevantes: el estrés. “Pero no el estrés bueno, que nos estimula y nos hace sentir vivos, sino el estrés sostenido –o distrés–, que nos lleva a actuar de forma agresiva. Formamos parte de una sociedad muy competitiva y alienante, que nos exige ser los más guapos, buenos padres e hijos, excelentes trabajadores, etc. La frustración de sentir que no podemos llegar a todo nos machaca y nos hace actuar con violencia cuando algo, como un atasco o alguien que va lento, interfiere en nuestro camino”, apunta Bravo. Si la agresividad vial tiene mucho que ver con la psicología colectiva, falta por saber hasta qué punto el tráfico potencia nuestro yo más impulsivo.
Yo no soy, son los demás
Si algo deja claro el estudio “Actitudes y conducción”, realizado por el Instituto de Seguridad Vial de la Fundación Mapfre en 2008, es que los españoles nos tenemos en buena estima individualmente como conductores, aunque no pensamos de la misma forma de los demás. Así, aunque el 53% percibe la conducción en España como agresiva, solo el 2% nos consideramos así a nosotros mismos. Reconocemos en un 52% ser tranquilos y afables, aunque a veces tenemos que cambiar de actitud, sobre todo, por actitudes de los demás (39%). También es curioso como las mujeres se consideran más agresivas (80%) que los hombres (20%), cuando todas las investigaciones apuntan a lo contrario.
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Según un informe de Gallup en el que se recogen estadísticas por regiones de todo el mundo sobre incidencia de estos comportamientos, percepción que se tiene de ellos en diferentes países y su tipología, llama la atención, por ejemplo, el hecho de que el número de personas que confesaban haber sufrido agresividad vial durante el año anterior era sensiblemente superior en Estados Unidos o Rusia (66-65%) que en la UE (48%) y, sobre todo, que en Japón, donde solo un 27% de los encuestados respondió afirmativamente. En este sentido, el informe incide en que estas diferencias pueden explicarse en parte por la percepción que en cada lugar se tiene de un determinado comportamiento como agresivo. O sea, lo que se considera aceptable en un lugar puede no serlo en otro. Así, cuando se pregunta a los afectados de los diferentes países sobre los agresiones concretas que han sufrido, las divergencias son, de nuevo, llamativas. Mientras en Australia ganan los gestos obscenos (77%), y en Argentina (70%) o España (54%) los ataques verbales, en Japón (70%) y Estados Unidos lo que más citaron los encuestados fueron las persecuciones agresivas hacia su vehículo. En cuanto al comportamiento que más nos irrita de los demás en la carretera, en casi todas la regiones se apunta a los conductores que permanecen en el carril izquierdo todo el tiempo posible, especialmente cuando acaban cruzándose en el último momento para salir de la vía.