Delitos viales, vidas rotas
- Las consecuencias de no conducir correctamente pueden ser trágicas, pero no somos conscientes
02 abril 2019
En 2018 hubo más de mil siniestros mortales en las carreteras, con casi 1.200 fallecidos. En muchos casos por infracciones viales muy graves que rompieron las vidas de muchas personas para siempre. Las vidas de víctimas inocentes que pasaban por allí; las de los conductores causantes de la tragedia; las de sus familiares... Las consecuencias: muertes, heridas graves, ingresos hospitalarios, tratamientos médicos, prisión, secuelas físicas, psicológicas, económicas... De por vida.
Para conocer cómo es la realidad de los penados por delitos viales, “Tráfico y Seguridad Vial” ha entrevistado a varios condenados a prisión por delitos contra la seguridad del tráfico. Todos ellos, en la treintena, tomaron malas decisiones al volante que arruinaron muchas vidas, en especial las de sus víctimas y las suyas propias. Algunos cumplen actualmente la parte final de sus condenas en régimen de libertad condicional (tercer grado) en el Centro de Inserción Social (CIS) Josefina Aldecoa en Navalcarnero (Madrid), donde les visitamos.
Perder el control.
En varias entrevistas conocemos, cara a cara, cómo un día perdieron el control sobre sus vidas. Y cómo luchan por recuperarlas. Encontramos a personas normales arrepentidas de lo que hicieron, algunas incluso traumatizadas, que no tenían ánimo de causar mal y que aprendieron, de la peor manera, el irreparable perjuicio que puede provocar una mala conducta al volante.
Sus gestos, sus silencios y su lenguaje corporal dicen tanto como las palabras. Dos de ellos han estado previamente en la cárcel hasta año y medio. Todos llevan al día la cuenta del tiempo que han pasado dentro de prisión y del que les falta para salir. Nos explican que en el CIS, en régimen de semilibertad, están mejor, con mayores posibilidades de reinserción: “La cárcel es otra historia, hay gente peligrosa, nada que ver con esto”, explica uno de ellos.
Todo al traste
En otra de las entrevistas, uno de los internos rompe a llorar rememorando sus últimos diez años de infierno personal, desde aquella maldita madrugada en la que, conduciendo ebrio, todo se fue al traste. Su peor momento fue cuando fueron a buscarle a su casa, después del juicio, para llevarle a la cárcel. “La vida de las personas que ingresan en prisión cambia del todo. Deben dejar a sus familias, sus amigos, sus trabajos... dejan de elegir muchas cosas del día a día”, apunta Jorge Prieto, psicólogo y subdirector de Tratamiento del CIS Josefina Aldecoa. Pero, ¿en qué momento una infracción vial se convierte en delito?
CARLOS. 31 AÑOS. 30 MESES EN PRISIÓN. UN MUERTO EN UN CHOQUE FRONTAL
“Me he tratado a mí mismo de asesino”
Su accidente ocurrió en 2010, cuando tenía 21 años, en una carretera secundaria entre pueblos. “Eran las 6 de la mañana. Un amigo y yo volvíamos de fiesta. Aceleré en una curva y me fui al carril contrario. Choqué de frente contra otro coche”, explica Carlos, reconociendo que, “cuando tomas unas copas, conducir ya no es lo mismo”.
Carlos sufrió lesiones muy graves, casi perdió una pierna. Pero su amigo, que iba sentado de copiloto, recibió un golpe muy fuerte en el pecho y falleció. Ninguno llevaba puesto el cinturón de seguridad. El conductor contrario también sufrió lesiones pero sobrevivió. “Me desperté en el hospital. No sabía qué había pasado. Me lo contaron todo. Estuve ingresado durante meses y después necesité dos años de recuperación”, nos explica Carlos.
En el juicio fue dictada sentencia de prisión y pérdida del permiso con prohibición de conducir durante cuatro años. “Estuve dos años y medio en la cárcel. Salí en marzo pasado y he empezado a trabajar. Intento rehacer mi vida y llevar lo que hice lo mejor posible”.
JUAN. 34 AÑOS. 15 MESES EN PRISIÓN. PROVOCÓ UNA MUERTE CONDUCIENDO EBRIO
“Es una carga para siempre, una ruina personal”
Las fiestas locales de un pueblo son el punto de partida hacia la tragedia para Juan (nombre ficticio), un camarero que entonces tenía 24 años. “Llevé a un amigo a su casa. Era bebedor de fin de semana, pero nunca había conducido así por carretera”. En el trayecto por la autovía, Juan sacó de la calzada a otro conductor. Ambos acabaron estrellándose, más allá del quitamiedos. Herido –fracturas diversas–, bebido y superado por la situación, se arrastró fuera del coche y pudo sacar a su amigo. Pero el otro conductor falleció.
Lo supo después, en el hospital, donde pasó varios días ingresado y donde le realizaron la prueba de alcoholemia: más de 2 gramos de alcohol por litro de sangre, un nivel altamente peligroso que produce profundas alteraciones del control, la coordinación y la percepción. “Cuando me enteré de que había muerto, fue lo peor”, dice Juan con la voz quebrada. “Ese hombre tenía una familia, hijos. En el juicio les vi, me vieron, me gritaron, me insultaron... Me di cuenta del daño que había hecho”. Juan, mientras esperaba el juicio, se apuntó a Alcohólicos Anónimos, donde recibe terapia psicológica desde hace tres años. “No pienso probar el alcohol, nunca más”, afirma.
Para leer los testimonios completos y el resto de los testimonios, ir a revista interactiva