Hijos del vacío
- "Es importante hablar a los niños con claridad cuando tienen una pérdida" María Collado. Stop Accidentes
16 septiembre 2021
Menorca, 1972. Mercedes y José Luis pierden a su hija menor. Un mes más tarde, rotos por el dolor y el sentimiento de culpa, la pareja discute acaloradamente. Él se va a trabajar. Conduce deprisa, pierde el control. Varias vueltas de campana y muere a las puertas del hospital.
“Recuerdo las persianas bajadas y que había muchas personas. Todos estaban serios. Yo iba de la habitación donde estaba el cuerpo de mi padre hasta la cocina. Allí estaba mi madre, agitada”. Con esas imágenes, Edi Mercadal, la otra hija, evoca el velatorio de su padre. Apenas tenía año y medio –ahora tiene 50–. ¿Es posible recordar acontecimientos de una edad tan temprana? “Según las teorías modernas del trauma, el cuerpo tiene memoria y las impresiones de experiencias muy tempranas pueden alojarse en el cuerpo mediante tensiones musculares que acorazan emociones”, explica Yolanda Doménech, psicóloga y directora de P(A)T (Asociación de Prevención de Accidentes de Tráfico). La experta también nos da una clave fundamental de lo que ocurre después: “Cuando uno de los progenitores muere, el hijo también pierde al otro, porque el que queda ya no está en la misma disposición de cuidar. Si además el entorno familiar y social falla, se produce un enorme vacío”. Sería un buen resumen de la infancia de Edi: “Mi madre sufría estrés postraumático y, en Mahón, no había asistencia psicológica. No había alegría, solo soledad y desarraigo”.
Superviviente
Madrid, 1984. Gregorio tiene familia numerosa –mujer y cuatro hijos–, pero nervioso e impulsivo, evita el volante. La ‘tropa’ viaja en taxi cada fin de semana a Miraflores de la Sierra. Un domingo, otro vehículo a gran velocidad se sale de su carril, salta la mediana, y cae a plomo sobre el taxi. El fuego se extiende, la madre y los dos hijos mayores mueren calcinados. El taxista y los dos ocupantes del vehículo causante del siniestro –bajo los efectos del alcohol– también fallecen. Gregorio y los dos niños menores salvan la vida.
“Mi madre, me había empujado debajo del asiento del chófer, y así, solo me quemé una parte del cuerpo. Un señor me sacó. Tenía cinco años y mi memoria solo conserva fogonazos”, explica Beatriz Menéndez, superviviente del horror. Hoy, a sus 42 años, sigue teniendo cicatrices.
Cuando los tres regresaron al hogar familiar, “nadie se ocupó de explicarme lo que había pasado, ni por qué mi madre y mis hermanos ya no estaban. Mi padre tomaba 25 pastillas al día para soportar las depresiones. Estaba tan 'dopado' que no sabía ni dónde estaba. Solo me decían que no le hablara de mi madre ni de mis hermanos para que no estuviera triste”.
David Landazábal. Madrid. 52 años.
Perdió a su padre y a su madre a los 19 años en un accidente.
"Aquello me descolocó por completo, cogí una cuesta abajo total. Salía todas las noches, bebía, comía...".
Edi Mercadal. Barcelona. 50 años
Perdió a su padre cuando tenía año y medio. Un mes antes había fallecido su hermana pequeña con 3 meses de vida.
"Encapsulamos las heridas sin intentar vivir mejor, pero al fianl salen".
Beatriz Menéndez. madrid. 42 años.
Perdió a su madre y dos hermanos a los 5 años, en un accidente. Su padre, otro hermano y ella isma, sobrevivieron al mismo.
"Era una niña muy triste, aunque por fuera pareciese alegre. Crecí ocultando mis sentimientos".
Noemi Alonso. Madrid. 44 años
Perdió a us padre a los 20 años.
"Mi madre estuvo dos años sin hablar, me atribuyó la responsabilidad de cuidar de mis hermanas sin decírmelo".
Hay que hablar
Otra vez el vacío. “Es importantísimo hablar a los niños con claridad cuando tienen una pérdida de este tipo. Hay que contarles lo que ha pasado, en su idioma y con sutileza, pero sin fantasías, incidiendo en que la persona no va a volver”, comenta María Collado, psicóloga de Stop Accidentes. “Damos por hecho que los niños pueden asumir el duelo sin información, y ni los adultos somos capaces. Tendemos a minimizar las consecuencias pensando que los protegemos, pero les hacemos más daño”, apostilla Ruth Palmer, coordinadora de programas de atención a víctimas en Asociación DIA.
Según el estudio de varios investigadores españoles 'Crecer con la pérdida: el duelo en la infancia y la adolescencia': “Hasta el 40% de los niños en duelo padece trastornos un año después de la pérdida. El 37% de los chicos prepúberes cumplen, un año después de la pérdida de un progenitor, criterios de un trastorno depresivo mayor”. El mismo estudio apunta a otro de los aspectos clave: “Hay que incluir en los procesos de duelo aquellas situaciones acarreadas por la relación con un progenitor gravemente alterado a nivel psicopatológico”.
En el caso de Edi Mercadal, las explicaciones de su madre tardaron años en llegar, y lo hicieron con amargura. “No me habló del accidente hasta que yo tenía 7 años. Lo hizo una sola vez y fue tan impactante que no puedo olvidarlo. Incluyó detalles tremendos, ella no lo había superado. El tema con mi madre se convirtió en tabú”.
De por vida
¿Qué pasa cuando el duelo no se trata? ¿Cómo crecer y madurar con una herida que no para de sangrar? “Después del trauma, a medio plazo, pueden aparecer alteraciones en el desarrollo emocional, social, psicomotriz, problemas en concentración, en la conducta alimentaria, en el sueño, agresividad…”, advierte la psicóloga María Collado.
Beatriz Menéndez recuerda ser una niña con baja autoestima. “Crecí ocultando mis sentimientos, no podía preguntar, no podía decir que echaba de menos a mi madre. Y tuve que lidiar con bullying, me llamaban fea, ‘cara quemada’… fue muy duro”. Después vino la anorexia, la bulimia… Un cuadro muy complejo que, ya de adulta, y con ayuda psicológica, pudo reconducir. “Aunque sigo en terapia, de hecho creo que el duelo de mi madre lo estoy pasando ahora”.
Valladolid, 1987. Francisca y José, padres de cuatro hijos, regresan a Madrid y se topan de frente con un coche que por exceso de velocidad, se sale de la curva e impacta violentamente contra ellos. José y los ocupantes del otro coche mueren en el acto. Francisca fallece 11 días más tarde en el hospital. “Yo tenía 19 años. Iba a empezar a trabajar en el negocio familiar. Me descolocó por completo, cogí una cuesta abajo total. Salía todas las noches, bebía, corría… Un año después me estampé contra una farola con una moto. Estuve a punto de perder una pierna, de la que me han operado 15 veces”, explica David Landazábal, el tercero de los cuatro hermanos que quedaron huérfanos.
“La adolescencia o la primera juventud son edades ya de por sí complicadas, en las que es muy difícil gestionar una muerte repentina. Ahí ya conocemos las consecuencias de la muerte. Si la pérdida no se trata desde el principio, puede cristalizar en conductas de rebelión, de no asumirlo, de huir hacia delante”, sostiene Ruth Palmer.
David salió como pudo, pero reconoce que fue imprudente al volante mucho tiempo. Hasta que la tragedia volvió hace ahora diez años. Su hermano pequeño también falleció en accidente de tráfico. “Supuso un antes y un después, un pozo de dos meses sin parar de llorar. Empecé una terapia en la que se vio que la herida de mis padres seguía abierta”.
“Un duelo de este tipo se reabre constantemente con todos los duelos que vamos teniendo en la vida. Se acumulan y aparece nuestro yo más inmaduro. Y al contrario, cuando abordamos un duelo de forma adecuada, somos más resilientes para el siguiente”, explica Ruth Palmer. A sus 52 años, David asegura haberlo superado. Le ha ayudado contar lo vivido en las charlas que da en autoescuelas –para la recuperación de puntos– a través de Stop Accidentes: “Ya puedo hablar sin echarme a llorar, quiero que mi ejemplo sirva a los demás”.
Paralizados
Madrid, 1996. Francisco, tres hijas, instructor de conducción de 45 años, se dirige a Madrid. Recibe un impacto por detrás y pierde el control del vehículo. Sale disparado por el parabrisas al no llevar el cinturón de seguridad. Muere en el acto. “Los peritos nunca pudieron decirnos exactamente qué pasó”, cuenta Noemí Alonso, la hija mayor. Hoy, a sus 44 años, es periodista especializada en motor y, al igual que su padre, amante de los coches.
“Los rallys eran su gran pasión, y, gracias a él, desde pequeñita, también la mía. Me llevaba a verlos; yo con 14 años leía libros para ser copiloto, arreglábamos juntos un coche viejo…”, se emociona Noemí. De un día para otro, pasó a asumir roles inesperados. “Mi madre estuvo dos años sin hablar. Como yo era la mayor, sin decírmelo, me atribuyó la responsabilidad de cuidar de mis hermanas. Lo llevé muy mal”.
Otra vez la ausencia por duplicado. “Después del accidente, hay dos comportamientos muy frecuentes: una gran excitación y estrés; o lo contrario, quedarse inmóvil. En el primer caso existe gran necesidad de expresarse, incluso con agresividad. Si ocurre lo contrario, puede que la persona no hable, no gesticule, que se quede paralizada. Son comportamientos humanos muy primitivos”, explica María Collado.
Con el tiempo, Noemí volvió a ‘reencontrarse’ con su madre. Tardó cuatro años en volver a conducir –otro daño psicológico colateral–, pero acabó su carrera de periodismo y se especializó en motor, su sueño. “Mi padre siempre decía que cuando yo fuese periodista vendría conmigo de fotógrafo a los rallies. He tenido la suerte de cubrir el Mundial de Rallies o el Dakar, su carrera favorita. Y me ha dado mucha rabia no poder contárselo”.
Aunque según el último Baremo de Indemnizaciones de Accidentes de Tráfico (2016), los familiares directos de una víctima (incluidos los descendientes) “tienen derecho a ser resarcidos por los gastos de tratamiento médico y psicológico que reciban durante un máximo de seis meses”, las asociaciones de víctimas coinciden en señalar la necesidad de un plan específico, especialmente en el caso de los menores. Según María Collado, de Stop Accidentes: “Es necesario un programa de intervención estatal. Sería importante crear un teléfono que les puedan atender de forma inmediata las 24 horas, como ocurre con violencia de género. A nivel autonómico existen oficinas, pero no están especializadas”. Para Yolanda Doménech, de PAT-APAT: “Es un avance, pero seis meses es muy poco tiempo para lo que supone una pérdida tan traumática. Además, las víctimas no se consideran como tal hasta que no se demuestra que es un delito. Deberían estar más protegidas”.
“Alguien muy especial ha tenido un accidente” es el programa de la Asociación DIA. Sus destinatarios son niños/as y adolescentes víctimas directas o indirectas de un accidente. Y su objetivo es fomentar la resiliencia entre esos menores a través de terapias individuales y de grupo, y apoyando a los adultos que están alrededor para que les acompañen en el proceso. También existen algunos recursos interesantes disponibles en internet: Guía Integral para la Atención de Víctimas de Accidentes (Asociación DIA. www.asociaciondia.org); Explícame qué ha pasado. Guía para ayudar a los adultos a hablar de la muerte y el duelo con los niños (Fundación Mario Losantos. www.fundacionmlc.org); Guía sobre el duelo en la infancia y la adolescencia (Colegio de Médicos de Vizcaya) (www.cmb.eus).