Segundas oportunidades
- Los participantes en estos cursos pasan del enfado y rechazo iniciales a entender las situaciones de peligro que han generado con su comportamiento al volante
14 junio 2022
“Un día di positivo en cannabis, otra vez me salté un semáforo en rojo porque iba con exceso de velocidad, otro me quité el cinturón de seguridad y me pillaron y, encima, llevaba los auriculares puestos…”. Aunque este testimonio es real, lo cierto es que la gran mayoría de los conductores que acuden a los conocidos como cursos de recuperación de puntos lo suelen hacer, de media, por una, o como máximo, dos infracciones graves. Las más frecuentes son alcoholemia, uso del móvil, conducción temeraria o no llevar puesto el cinturón de seguridad.
Hemos accedido a dos cursos de recuperación de puntos en sendos centros de Madrid, donde los alumnos escuchan a un profesor, que les transmite por qué hay que respetar las normas; a una o dos víctimas de accidentes de tráfico, siempre con secuelas importantes, y a un psicólogo de emergencias que les invita a conocerse y superarse. Una de los centros de formación visitados está en un barrio deprimido, con un fuerte tejido industrial y con una tasa de desempleo alto (Autoescuela Villaverde), y el otro se halla en pleno paseo de la Castellana, donde el metro cuadrado de piso supera los 6.000 euros: Gala Castellana.
Los alumnos suelen vivir estos cursos como lo que son: segundas oportunidades, no sólo para volver a conducir con todas las de la ley, sino también para asumir que un error grave en la carretera puede costar vidas, la suya entre ellas. Y que, en vez de asistir a clase, podrían estar en un hospital o, en el peor de los casos, haber perdido la vida. O incluso haber matado a alguien y estar en la cárcel.
“Suelen llegar enfadados”
Elena Victoria es la responsable de impartir los cursos de recuperación de puntos en la Autoescuela Villaverde. Dice que los que acuden a estas convocatorias suelen llegar enfadados: “Creen que están aquí injustamente. Hay gente muy variopinta, desde empresarios hasta chóferes y delincuentes. Y los hay que repiten, porque reinciden en su conducta. Lo más importante es que muchas personas han dejado las drogas, sobre todo si han perdido el carné dos veces. Entre conducir y drogarse, eligen conducir. Los hijos no consiguen sacarles de las drogas, pero el coche, sí”.
José Luis Arias es el profesor encargado de dar los cursos en la Autoescuela Gala Castellana y coincide con Elena en que la gente suele llegar de uñas y renegando, pero que, a medida que las charlas transcurren, suelen conectar y comprometerse a cambiar sus hábitos: “Hay quien vive fuera del código, pero lo normal es que sean empáticos, especialmente con las víctimas de tráfico. Esa parte les da la puntilla. Hay que decirles que pueden ir a la cárcel por un accidente. Los que vienen aquí han subestimado la responsabilidad que tiene el hecho de conducir. Piensan que no va con ellos y la primera prueba de que sí va con ellos es que están aquí”.
“La mayoría son varones”
¿Y cómo conectan con los alumnos? José Luis Arias lo tiene claro: “Mi posición es neutral, pero es necesario ponerse de su lado, empatizar, hacerse cómplices, intentar entenderles y explicarles por qué se han equivocado. Y que sean ellos los que se den cuenta de lo que han hecho. Y digo ellos porque la mayoría de los alumnos son varones, quizá porque conducen más y son más competitivos”.
Cuando las víctimas de accidentes de tráfico se suben al estrado y los alumnos descubren que, por un percance en la carretera, están en silla de ruedas, con prótesis y con la vida trastocada, llega el momento de la verdad. Así lo creen Juan Antonio Martín, quien perdió una pierna al ser arrollado por un coche; Raquel Escudero, parapléjica desde que tuvo un accidente en Namibia durante unas vacaciones, y Francisco Javier Novillo, que acabó en silla de ruedas por no llevar el cinturón de seguridad cuando su coche golpeó contra la mediana de la carretera.
A ellos el asfalto les cambió la vida y ahora, con su testimonio, arrojan luz sobre las consecuencias de las conductas inapropiadas al volante. “Yo no apelo a la pena”, dice Juan Antonio Martín. “Solo quiero que se queden con el mensaje de que los puntos se recuperan, pero la vida y las piernas no. La gente se mata por querer llegar antes o por no coger un taxi si ha bebido. Y luego vienen aquí viendo solo la infracción y la sanción, pero no ven la esencia, lo que podría haber pasado”.
¿Superhéroes?
Hace 14 años Raquel Escudero sufrió una lesión medular en África en un viaje de placer y no se le ha ido de la cabeza la odisea que tuvo que vivir: “El conductor del vehículo perdió el control y las horas siguientes fueron terribles. El accidente tuvo lugar a las 8 de la mañana y llegamos al hospital a las 10 de la noche. Como era una clínica muy básica, de allí me trasladaron a Sudáfrica, donde estuve un mes, y cuando ya pude viajar, estuve en el Hospital de Parapléjicos de Toledo otros 10 meses”.
Hoy Raquel Escudero da charlas de concienciación para que los infractores se enfrenten a las consecuencias de lo que hacen y percibe que a sus alumnos les gusta escuchar su testimonio. “El mensaje cala, aunque yo evito el drama. Río mucho y hago bromas, pero sí noto que la charla tiene sentido. Reciben energía positiva y son sensibles a esto. Son muchos los que dicen que es poco tiempo el que tienen las víctimas en los cursos. También percibo que muchos jóvenes siguen pensando que son inmortales o superhéroes”.
El caso de Francisco Javier Novillo es diferente. Se durmió al volante, se saltó la mediana, no tenía puesto el cinturón de seguridad y acabó con una lesión medular. “Fue hace 22 años y la vida me cambió. Era muy deportista y formaba parte de un equipo de fútbol. Todo aquello desapareció en un instante. Y solo por contar esto los alumnos se sorprenden y suelen ser empáticos. Es una labor muy importante para la sociedad la que hacemos las víctimas. La juventud está asociada al riesgo, pero a mí me hubiera encantado haber tenido un curso como éste. Hay que intentar equivocarse lo menos posible en la carretera”.
A pesar de sus graves lesiones, Juan Antonio, Raquel y Francisco Javier se sienten orgullosos, pero son muchas las víctimas de accidentes de tráfico que no son capaces de superar las secuelas.
Forman parte de diferentes asociaciones de víctimas que participan en la realización de estos cursos. Como es el caso de AESLEME, donde Lázaro Rodríguez es coordinador y ponente, además de experto en materia de seguridad vial. También víctima de un accidente de tráfico, Lázaro asegura que “muchos de los alumnos nos dicen que el testimonio de las víctimas debería de escucharse siempre antes de obtener el carné de conducir, y no solo los infractores, y también cada vez que se renueva el carné”.
Testimonios
Alejandro: "Los cursos son muy caros"
“Tengo 30 años y soy comercial de una inmobiliaria. Me han quitado los puntos injustamente. Soy inocente. Solo reconozco que en una vía que era de 60, yo iba a 90 y tuve que pagar una multa. Estos cursos nos hacen tomar conciencia de que hay que respetar las normas y que hay que convivir en armonía. Son muy necesarios porque todos tenemos cerca alguna persona que ha sido víctima de un accidente de tráfico. Lo malo es que los cursos son muy caros. Podrían dejar pagarlos con trabajo social”.
Gabriel: "Ya no cojo nunca el móvil"
“Soy ecuatoriano y trabajo de repartidor. Estoy todo el día subido al coche. Un día, llegando a la oficina, me quité el cinturón de seguridad, recorrí unos metros y me paró la Policía. Me quitaron 4 puntos y me pusieron una multa de 200 euros. Después perdí 3 puntos por incorporación indebida a una vía y porque cogí el móvil y me pillaron. Desde entonces, ya no cojo el móvil nunca”.
Hamza: "Siempre llevo el cinturón, un día no y me pillaron"
“Tengo 29 años, soy jardinero y estoy en paro. Por drogas, me quitaron 6 puntos, y también por exceso de velocidad, por usar auriculares y no llevar el cinturón puesto. Siempre lo llevo, pero un día me lo quité y me pillaron. Llevo 16 años en España, pero mis padres viven en Francia. Tengo mucha rabia a los ciclistas, porque uno me provocó un accidente muy grave en una carretera secundaria en Colmenar Viejo. Se me cruzó y estuve muy mal en el hospital. El curso me está gustando mucho”.
Hugo: "Me salté un semáforo en rojo"
“Tengo 30 años. Me quitaron los puntos por incorporarme mal a una vía y adelantar mal a un coche de policía. Me acusaron de conducción temeraria pero yo creía que me estaban cediendo el paso. Otro día me salté un semáforo, y ya no me salto ninguno. Sé lo que significa. Una moto atropelló al hermano de un amigo y tengo un cuñado que perdió un brazo al adelantar un camión. Estos cursos son muy necesarios”.
Marshall: "Mi hija sacó un brazo de la sillita"
“Tengo 48 años y dos niños de 6 meses y 3 años. Un día, en la M-40, la niña sacó un brazo del cinturón de la silla y me pusieron 200 euros de multa. Otro, me pasé un semáforo. Cuatro puntos. Eso lo reconocí. Otra vez, en vez de ir a 50, iba a 60. Otros 2 puntos. En estos cursos he aprendido cosas que nadie me había enseñado antes. Por ejemplo, empatía”.
Nacho: "Di positivo en cannabis"
“Tengo 20 años. Hice un viaje con unos colegas a Aguilar de Campoo y nos paró la policía. Además de dar positivo en drogas, me multaron por exceso de velocidad. Ahora, cuando hago un viaje, me tiro una semana sin fumar. Los cursos están muy bien. A todo el mundo le vendría bien escuchar a las víctimas”.
Roberto: "Sin cinturón y con el móvil"
“Tengo 46 años. Me pillaron sin cinturón y con el móvil en la mano y tuve que volver a examinarme. A mí me han quitado los puntos injustamente, pero no hay manera que demostrar mi inocencia”.
En estos cursos interviene siempre un psicólogo que trata de persuadir a los infractores de que es necesario un cambio en su conducta al volante. Antonio Alejandro de Castro es uno de ellos: “Nuestra labor es la de invitarles al cambio. Yo lo hago a través de la reflexión y mediante tres fases: la primera es conocerse, la segunda es aceptarse y la tercera es superarse. Tienen que aprender a tomar decisiones por ellos mismos. Les digo que estos cursos son una oportunidad para ser mejores. Y les hago un truco de magia. Les pregunto cuál es la persona en su vida que les podría motivar para ser mejores. Unos dicen que sus padres, otros que su novia, otros que su hermano… Les digo que la solución está en una cajita que deben abrir. Y dentro de esa cajita hay solo un espejo. Porque son ellos mismos los que deben conectar con ellos mismos. Y sentirse orgullosos del cambio. Y para eso, deben aceptarse y quererse. Yo no les juzgo”.