Alteraciones mentales y Seguridad Vial
- Los fármacos para estas alteraciones afectan a la conducción: somnolencia, deterioro cognitivo...
09 septiembre 2021
Las alteraciones mentales son un conjunto de enfermedades (depresión, demencias, ansiedad, déficit de atención, hiperactividad, esquizofrenia, alteraciones del sueño...) que pueden afectar a la capacidad para conducir.
De hecho, varios estudios han demostrado que quienes padecen alteraciones mentales y psiquátricas tienen un mayor riesgo de accidente de tráfico (1,72) que la población general (1).
El riesgo varía en función de la enfermedad que se padezca, del momento evolutivo del paciente y de la existencia o no de deterioro en la capacidad para percibir el entorno de circulación, en la atención, memoria, control de los impulsos...
Efectos.
El riesgo de cometer una infracción o sufrir un accidente de una persona mayor con demencia en sus primeros estadios es de 2,5 a 8 veces mayor que personas sin deterioro, y esto mismo ocurre con otras patologías mentales; esto justifica el seguimiento médico de estos conductores, seguimiento cercano que, por otro lado, facilita que puedan conducir mientras el riesgo al volante sea asumible por la sociedad.
No obstante, como recordaba nuestro artículo sobre fármacos y conducción (nº 257 de “Tráfico y Seguridad Vial”), los medicamentos utilizados para el tratamiento, al reducir los síntomas, mejoran el rendimiento del paciente en la conducción, y reducen el riesgo de accidente.
Pero, a la vez, hay que tener en cuenta sus efectos secundarios sobre el estado psicomotor. Por ejemplo, el tratamiento de la depresión, cuando es eficaz, mejora el estado de alerta, la capacidad cognitiva y el juicio de una persona con un trastorno del estado de ánimo; pero, los efectos secundarios de los medicamentos antidepresivos pueden producir alteraciones en el funcionamiento psicomotor, sedación y deterioro del funcionamiento cognitivo.
El médico que le trata hará al conductor las recomendaciones oportunas para establecer un equilibrio entre enfermedad, fármaco y seguridad en la conducción; por ello, es fundamental que el paciente siga sus indicaciones.
Informacion.
Como en otras patologías, que el paciente esté informado sobre el papel que tiene su enfermedad sobre la capacidad para conducir es fundamental cuando se produce una reagudización de su proceso, ya que es más probable que los que identifican mejor su riesgo cumplan con el tratamiento, busquen atención médica y eviten conducir en casos de reagudización y se adapten a posibles limitaciones en la conducción.
Por contra, la falta de conocimiento conlleva peor cumplimiento del tratamiento, quita importancia a incidentes o accidentes leves y añade recaídas por la interrupción de la medicación prescrita.
Demencia.
Dentro de los trastornos mentales, preocupa en especial la demencia, proceso que se instaura progresivamente y cuyas primeras fases pueden pasar desapercibidas.
A medida que la enfermedad avanza, se hace más compleja la autopercepción del riesgo y la toma de decisión sobre el momento en que el paciente deje la conducción.
El recién publicado “Manual sobre Neurología y Conducción” aborda con detalle este tema, proponiendo los estudios a realizar y los criterios a seguir en función del grado de deterioro del paciente.
En relación con el cese de la conducción en los pacientes con demencia, un estudio que analizó las dificultades percibidas por el paciente y por la familia frente a la indicación del cese de la conducción concluyó que, “en el 42% de casos, la familia consideró que la gestión de cese de la conducción fue complicada, y el 58%, que el paciente no aceptó el cese de la conducción”.
Según los autores, entre las diferentes estrategias (imponer la prohibición, limitación progresiva, convencer al paciente de vender el vehículo o cederlo a un familiar, acordar que la pareja sea la responsable de la conducción, reducir la necesidad de conducir, construir una red de apoyo social, optar por el transporte público, retirar las llaves, inutilizar el coche...), la mejor es “un proceso pactado, planificado y progresivo que permita minimizar el impacto negativo sobre el paciente y su familia, buscando el equilibrio entre conservar la independencia y garantizar la seguridad”.