¿Por qué cometemos pequeñas locuras?
- "Pequeños 'actos' como cambiar la emisora de radio… distraen nuestra atención el tiempo suficiente para sufrir un accidente". Alberto Bellido, profesor de Psicopatología
04 julio 2014
Parafraseando a Obélix, el personaje creado por Goscinny y Uderzo, diríamos: "¡Están locos estos conductores!". Porque ¿cómo definir, sino como pequeñas locuras, acciones como liar un cigarrillo al volante o elegir una canción de la lista de reproducción del 'smart phone' o conversar por whatsappa 120 km/h? Por no hablar de quien lee libros o periódicos, maneja su tablet, contesta esa llamada urgente, lleva la contabilidad del negocio o toma notas soltando el volante… Y si somos conscientes de que es peligroso, ¿por qué lo hacemos?
Según la psiquiatra Ángeles Roig, jefa del Servicio de Salud Mental del Hospital La Paz: “Todos los conductores, alguna vez cometemos esas pequeñas infracciones, por el hecho de ser humanos y no robots, todos en algún momento nos salimos de la norma, generalmente de muy bajo perfil y muy poco frecuentemente”.
El profesor de Psicopatología de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Europea, Alberto Bellido, señala que “la conducción es un comportamiento en el que, a medida que vamos adquiriendo experiencia, somos capaces de automatizar, lo que supone que, con el tiempo, requiere de menos recursos atencionales”. Y pone el ejemplo de que cuando comenzamos a conducir apenas somos capaces de cambiar de emisora de radio al volante y que, con el tiempo, se hace sin pensar. “El problema es que esos pequeños 'actos', como cambiar la emisora de radio, hablar con el acompañante, mirar a los niños… son capaces de distraer nuestra atención el tiempo suficiente para sufrir un accidente”. Y no solo porque no estemos atendiendo, sino porque en esos momentos de distracción, “nuestra capacidad de respuesta estará disminuida, de modo análogo a lo que ocurre en situaciones de cansancio, sueño o incluso consumo de alcohol”.
Experiencia personal
Para Javier Roca, del Departamento de Psicología Evolutiva y Educación de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia, el comportamiento está fuertemente influenciado por la experiencia directa (“las cosas que hacemos y que tienen unas consecuencias que experimentamos directamente”), por la observación (“las consecuencias que determinados actos tienen para los demás”) y por el conocimiento abstracto (“decidimos hacer, o dejar de hacer algo porque sabemos que es lo mejor, aunque no hayamos vivido ni observado sus consecuencias”).
Eva Muiño, en nombre de todo el Grupo de Tráfico e Seguridade del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia, explica el modelo homeostático de Wilde: “El nivel de riesgo percibido va a depender de la evaluación que hace el conductor de los costos y beneficios como consecuencia de sus decisiones más prudentes o más arriesgadas”. Esto depende de variables económicas, sociales, culturales, políticas, educativas y personales. “Las consecuencias puramente económicas tienen mucho peso, pero también se ven influidas por valores asociados con la cultura, la presión del grupo de referencia, identificación con el rol por edad o género, además de rasgos de personalidad”.
“El problema –explica Roca– es que en el tráfico nuestra experiencia directa y las cosas que podemos observar en los demás parecen estar en contradicción con la información que nos llega de la normativa de tráfico o de las recomendaciones de seguridad”. Y pone el ejemplo de que un conductor decida circular unos pocos kilómetros por hora por encima del límite. “Seguramente su experiencia directa no le reportará ninguna consecuencia ese día. Además, es poco probable que observe a otro conductor que cometa la misma infracción y tenga un accidente”. De hecho, Roca señala que solo mirando las cifras globales, basadas en estudios de accidentalidad y lesividad, vemos que los excesos son un riesgo que se deben evitar. “Nuestra experiencia solo nos muestra una minúscula parte de la realidad y podemos pensar que el riesgo de determinados comportamientos es mínimo o inexistente. Esta disociación entre la experiencia cotidiana y la información basada en los grandes números podría explicar que algunos conductores tiendan a minimizar el riesgo de muchos comportamientos”.
Eva Muiño explica que los conductores se mueven por motivos excitatorios e inhibitorios. Los primeros llevan a tomar decisiones arriesgadas y “empujan a adoptar una conducción agresiva, veloz e infractora”, y cita entre ellos emplear el menor tiempo en un desplazamiento, adelantar en caravana, emociones derivadas de la conducción (“aquel me ha adelantado muy mal”) o ajenas a ella (divorcios, enfermedades, problemas laborales…), normas prevalentes en su grupo sociales y transmitidas a través de publicidad, películas…, exhibicionismo, autoafirmación y búsqueda y aceptación de riesgos y emociones intensas por aburrimiento o imposibilidad de alcanzar las metas en esta sociedad competitiva. “La experiencia sin consecuencias adversas –explica Muiño–, hace que se minimicen los actos de manera que las consecuencias negativas que percibimos son menores, mientras las ventajas son evidentes. Así, la exposición repetida a una acción sin castigo, pero con ventajas (me salto el semáforo y llego pronto) hace que el conductor minimice el riesgo asumido”.
Para la psicóloga Pilar Bravo, asesora de la Vocalía de Seguridad Vial del Colegio de Psicólogos de Madrid y directora del Centro Médico Psicotécnico Arenal, “ser pequeñas y cotidianas, es lo que hace peligrosas estas locuras”. Además “el accidente ocurre, afortunadamente, pocas veces y eso hace que nos confiemos en que no va a ocurrir. Y ese es realmente el peligro, que no tenemos interiorizado que existe una amenaza real si no cumplimos esas pequeñas normas”.
Publicidad y educación
Las campañas de seguridad vial son, para Pilar Bravo, “las menos efectivas a nivel publicitario: se dirigen a un amplio espectro de población, no satisfacen necesidades (‘no venden nada’) y no son populares”. “Solo existe una solución para erradicar estos malos hábitos, la educación. Y cuando esta es más eficaz, en los primeros años de vida, cuando implementar conductas es muy fácil. Y hablo de la educación vial en el ámbito familiar y en el escolar”.
En la misma línea, Eva Muiño señala que “la cuestión correctora no siempre debe venir dada por una sanción de los agentes de la autoridad, sino que la sanción cívica debería ser una de las herramientas eficaces para mejorar la ejemplaridad”. Y opina que “las medidas deben ser motivaciones, deberían minimizarse las opciones que implican mayores riesgos y maximizarse las ventajas derivadas de las acciones prudentes; a través de sistemas de incentivos, informaciones claras y adecuadas de los riesgos que conlleva una conducción arriesgada”.
Prisa y valores sociales
La psiquiatra Ángeles Roig apunta dos aspectos relacionados con la educación. El primero sobre las maneras cívicas de comportarse, “las llamadas buenas maneras, que ya no se tienen en cuenta y que posiblemente estén en relación con los valores morales que tanto han cambiado en nuestra sociedad”. La segunda es que resulta fundamental “al exigir que se cumplan todas las normas de circulación que estas se racionalicen y que no exista ninguna incumplible”; y cita como ejemplos errores en la señalización o limitaciones 'imposibles', como 20 km/h en carretera.
Alberto Bellido aporta una nueva perspectiva: “Vivimos pendientes del reloj, vamos rápido de un sitio a otro porque tenemos hora de entrar al trabajo, de recoger a los niños… Con un tipo de vida así, no es extraño que el coche se convierta en un lugar invadido por nuestros problemas cotidianos y nuestra obligaciones, lo que nos lleva a intentar aprovechar ese tiempo para otras cosas y no para centrarnos en la conducción”.
MALAS POSTURAS, LAS JUSTAS. En especial en los viajes más largos, los ocupantes del vehículo tienden a adoptar posturas ‘más cómodas’ –por ejemplo, para dormir–, y que, aunque no parezcan peligrosas, sí lo son en caso de accidente. Así, viajar muy reclinados, con los pies en el salpicadero –incluso sacándolos por la ventanilla–, hacen perder eficacia al cinturón o que éste nos retenga peor en caso de choque o frenazo brusco. Las lesiones, en caso de accidente, puede agravarse. Incluso el pasajero puede deslizarse por debajo del cinturón en lo que se conoce como ‘efecto submarino’. Es fundamental que todos los ocupantes se abrochen correctamente los dispositivos de retención y coloquen correctamente el asiento. | DOBLE PELIGRO ANIMAL. Un animal suelto en el interior del vehículo en marcha tiene un doble peligro: la posibilidad de que interfiera en la conducción, porque, por manso que sea, puede tener un comportamiento impredecible, y segundo, porque en caso de choque se desplaza por el interior del habitáculo, golpeándose y golpeando a los ocupantes, con un peso que se multiplica con la velocidad (por ejemplo, a 56 km/h, por 35). Esta infracción (castigada de Circulación con multas de 100, y hasta 200 e si va en el regazo del conductor), pone en peligro nuestra vida y la de la mascota. Y es que, según un estudio del RACE, de hace unos años, 7 de cada 10 personas desconocen las normas para transportar a sus mascotas en vehículos. | CON EL NIÑO EN BRAZOS. En ocasiones se ve a vehículos con pequeños sin los elementos de seguridad adecuados. Aunque viajar con niños es, a veces, complicado –son expertos en sacarnos de quicio–, un niño sin elementos de seguridad corre un grave riesgo. Y de nada vale que vaya en brazos de un adulto: a 60 km/h, su peso en caso de choque, se multiplica por 56, y un chico que pese 18 kg –habitual entre 3 y 6 años– pasa a pesar unos 1.000 kg. Nadie, por fuerte que sea, puede sujetar a un bebé en caso de choque a más de 5 km/h. Llevar a menores sin el elemento de retención homologado a su talla y peso es un infracción grave a la Ley de Seguridad Vial y se sanciona con multa de 200 e y, además, se inmoviliza el vehículo. |
¡LIARSE UN CIGARRILLO! Fumar mientras se conduce puede provocar distracciones. De hecho, hace años las aseguradoras británicas consideraban que un 5% de los accidentes podría atribuirse directamente a fumar al volante. Por ejemplo, encender un cigarrillo hace retirar la vista de la vía durante 4 segundos, que a 120 km/h supone recorrer 130 metros a ciegas… Pero si el conductor debe liar el cigarro, el tiempo en que retira las manos del volante y la atención de la carretera es mucho mayor. De hecho, le ofrecemos una secuencia de 90 segundos de un conductor manipulando el cigarrillo, sin prestar la atención debida. Además, retirar las manos del volante pueden provocar que ante un bache inesperado o cualquier sorpresa, reaccionemos tarde y no podamos evitar el susto o el accidente. | FERNAZO, MARCHA ATRÁS Y CHOQUE. Una mala costumbre, cuando nos pasamos de la salida que deseamos tomar, es frenar bruscamente para tratar de cogerla… O incluso dar marcha atrás. Sobre todo, porque si no miramos por el retrovisor y quien viene detrás no respeta la distancia de seguridad y circula demasiado cerca, en especial si se despista, suceden choques, alcances traseros, realmente poco explicables y lamentablemente trágicos. En numerosas ocasiones, pocos centenares de metros más adelante suele haber un cambio de sentido que les permitiría recuperar su trayecto sin perder casi tiempo, pero ellos prefieren hacerlo así. En muchas ocasiones, no pasa nada. Pero en otras, sí. Vean este ejemplo, que acaba en un choque brutal. | LLAMADAS, WHATSAPP, MÚSICA... Si antes una infracción típica era hablar por el móvil, ahora, los teléfonos inteligentes han ampliado mucho la gama de distracciones y hay conductores que manipulan la lista de reproducción para elegir canción, que whatsapean, que teclean una contestación o un número… Si marcar un teléfono distrae al conductor 13 segundos (recorre más de 400 metros a 120 km/h) u 8 segundos (266 metros a 120 km/h), responder a una llamada, conversar por whatsapp o similar es una catástrofe en potencia… ¡Y muchos conductores lo hacen con móviles y hasta con tablets! Varios estudios dicen que hablar por el móvil hace crecer entre 4 y 9 veces el riesgo de accidente y que conducir hablando es similar a conducir con una alcoholemia de 1 gr/l. |
OJEAR PAPELES, ORDENAR FACTURAS... Las patrullas de helicópteros cuentan que a menudo graban a conductores que, al volante, ojean papeles, un albarán o, incluso, ordenan facturas, anotan datos, hacen cuentas… Mientras se hacen estas tareas, se retira la vista –y sobre todo la atención– de la vía. Existen muchos peligros: desviarse de la trayectoria, chocar contra quien circula en sentido contrario, salirse de la calzada, alcanzar a un vehículo que circule delante… En los 10 segundos que dura esta secuencia –cuando comienza ya está ojeando papeles–, a solo 60 km/h se recorren más de 150 m sin mirar. | COMER, BEBER, TOMARSE UN HELADO. Al volante, conductas que en la vida normal no revisten ninguna peligrosidad pueden tornarse críticas. Comer o beber mientras se conduce conlleva no solo el riesgo de distraerse cuando se abre, por ejemplo, la lata o la comida, sino de realizar un mal movimiento si, por ejemplo, se cae la comida o bebida sobre la ropa… Por ejemplo, en el vídeo que adjuntamos el conductor lleva una mano ocupada con un helado; si se le cayera, ¿no se llevaría una susto que podría provocar una maniobra brusca, sorpresiva para otros conductores, y acabar en un accidente? | AFEITARSE, LAVARSE LOS DIENTES... Dicen que muchas mujeres aprovechan los semáforos para pintarse los ojos o maquillarse, pero de ahí a realizar la higiene personal en marcha… En el número 225 le mostrábamos el caso de un camionero que se cepillaba los dientes mientras conducía, en una secuencia de más de 32 segundos. Su conducción negligente se castiga con multa de 200 euros. Pero también hay conductores que se dan un repaso al afeitado mientras conducen. Naturalmente, retirando al menos una mano y, por supuesto, la atención de la conducción. |