¿Semáforos? Fuera de la ciudad
- La primera ciudad española en retirar los semáforos fue Amorebieta (Vizcaya) y ha reducido los siniestros un 80%
17 noviembre 2015
"Cuando tratamos con las ciudades, tratamos con la vida en toda su complejidad e intensidad. Hay una limitación estética en lo que puede hacerse: una ciudad no puede ser una obra de arte”. Así criticaba la activista Jane Jacobs la tendencia de los urbanistas a pensar más en el diseño que en la convivencia en el libro “Muerte y vida de las grandes ciudades”, de 1961. Ahora, los expertos retoman sus teorías. Y gracias a su divulgación, los responsables plantean nuevas fórmulas que ayuden al peatón y favorezcan, al tiempo, el tráfico.
Un planteamiento pasa por retirar los semáforos de los centros urbanos. En combinación con otras medidas, la supresión de los semáforos de luz supone ahorro energético, mayor armonía entre viandantes y conductores y una forma de eliminar molestias innecesarias, afirman los encargados.
¿Quién no ha aguardado minutos interminables esperando a que cambiase el rojo mientras la calle estaba vacía? ¿Quién no ha soportado el paso de vehículos con un pie sobre la calzada sin que nadie haga intención de ceder el paso? Estas y otras cuestiones como la seguridad ciudadana han llevado a localidades españolas a alterar su fisionomía para mejorar las cifras de accidentes y el bienestar de los vecinos.
MENOS ACCIDENTES.
La primera fue Amorebieta (Vizcaya). Con un casco urbano cortado por la nacional a Bilbao y el ajetreo industrial de la zona, esta población de cerca de 20.000 habitantes decidió sanear su zona céntrica. La construcción de la autovía y el traslado exterior de carreteras secundarias se complementaron en 2000 con la retirada de todos los semáforos. “La decisión se tomó junto a otras muchas medidas –recuerda Josu Almazán, Jefe de la Policía Local y uno de los artífices–. Había entre 30 y 40.000 coche diarios y se redujo a 14.000. La clave estaba entre arriesgar o no, y se hizo”. Según sus cálculos, cambiar semáforos por pasos de cebra ha reducido los siniestros un 80%. “Estamos orgullosos de que peatones y vehículos puedan andar amablemente”, sonríe mientras cuenta cómo, aparte de estas señales, se ha modificado el tipo de asfalto, decorado las aceras e incorporando “más iluminación y mejores avisos. No ha sido quitar semáforos, sino restructurar todo el pueblo”, arguye.
“Como conductor a veces cansa, porque no puedes superar los 30 km/h, pero notas que tu percepción cambia. Ahora, al volante vas más pendiente. Y cuando caminas, cruzas más seguro”, explica Haritz Mayora, residente desde hace ocho años en esta localidad vasca. Esta impresión la comparten en Xirivella (Valencia). “Hay a gente que le molesta ir a esa velocidad, pero los números acompañan: los incidentes han bajado y las cifras sí salen”, apunta Enrique Ortí, ex-regidor del Ayuntamiento y ahora concejal. Como alcalde, esbozó el proyecto cuando fue elegido (2011) y desmontó el último semáforo en 2014. Así cumplió uno de sus puntos principales del programa de urbanismo.
Comenzó en Holanda, en 1983. El ingeniero Hans Mondemann vació la población de Oudehaske (2.000 habitantes) de señales y rebajó la velocidad a 30 km/h. Nacía la filosofía de las calles desnudas (nacked streets). Luego, de 2003 a 2008 se llevó a cinco países la UE en el Proyecto Espacio Compartido.
En 2006, “Tráfico y Seguridad Vial” visitó Makkinga y Oosterwolde con Mondemann, que explicaba: “Si un conductor siente cerca el peligro –de atropellar a alguien, por ejemplo–, automáticamente reduce su velocidad. Pretendo hacer las carreteras más seguras, dando la sensación de que son inseguras”. Y ¿cómo se circula cuando no hay señales? “Negociando –respondía Monderman–, el espacio público fuerza a la gente a ser social y el contacto visual es parte de ese comportamiento social de las personas”.
También en Inglaterra, en Portishead, a 200 kilómetros de Londres, eliminaron semáforos y señales. Y da fruto. La ciudad (22.000 habitantes) ha abandonado los embotellamientos del centro, ha ahorrado en recursos y demostrado que las calles desnudas no merman la seguridad de peatones ni conductores. Incluso aumenta “el sentido común y la cortesía en la carretera”.